Como en la época del “que se vayan todos”, los productores agropecuarios lideran hoy un movimiento espontáneo que se ha fijado su propia agenda –la eliminación lisa y llana del aumento a las retenciones que anunció entre risas Martín Lousteau-. Reclamo que desbordó a la dirigencia de las cuatro entidades rurales a las que sólo les queda acompañar, muy concientes que ante la mínima percepción de una negociación no autorizada con el poder, pasarán a encabezar la lista de los enemigos.
No saben que hacer
En este medio ya se anticipó que el eje real que domina la acción oficial es el desconcierto. Primero intentaron ignorar la protesta “hasta que se les pase”. Como no se les pasó, lo mandaron a Martín Lousteau a ratificar las medidas; como esto agigantó los reclamos, amenazaron con cerrar las exportaciones de carne; pero como esto tampoco funcionó filtraron a La Nación un inconsistente “plan” de subsidios a productores chicos. Finalmente, como la propuesta no sedujo a los rebeldes, lo mandaron a patotear a Hugo Moyano y sus hijos. Y para terminar, reprimieron con la Gendarmería.
Si se mira, la secuencia tiene su lógica, cuando el poder se queda sin argumentos se desenmascara, y hasta el más simple penalista sabe que la razón última que sostiene el poder es la violencia. Pero se trata esta de una verdad que el kirchnerismo en sus largos cinco años de ejercicio del poder intentó disimular.
Por eso, la represión que las tropas de Aníbal Fernández descargaron sobre los manifestantes del puente subfluvial que une Paraná con Santa Fe, lastima severamente al discurso oficial. ¿Cómo es posible que se toleren cortes de pasos internacionales, que camioneros y piqueteros –aún los de más nimia representación- traumaticen sistemáticamente rutas, peajes, avenidas, pero que no se acepte una verdadera expresión de protesta como la que encarnan los productores?
Si en el gobierno existiera algún funcionario que releyera la historia, entenderían que lo que les sucede no es novedoso. Varias de las revoluciones más radicales se dispararon cuando la gente entendió que el poder les estaba quitando demasiado, cuando la carga de los impuestos se volvió inaguantable. Ahí está la película sobre María Antonieta de Sofía Coppola, por si quieren repasar un caso sin tener que molestarse en la lectura, y de paso deleitarse con el costosísimo vestuario de la nobleza de la época. Cualquier comparación con la actualidad es exclusiva responsabilidad de los lectores.
Cómo destruir un sector
Primero destruyeron el sector de la carne, después el lácteo y no conformes con ello ahora van por la soja, el único rubro del campo al que le quedaba rentabilidad. Es tan torpe la política oficial en esta área que parece un plan perfecto diseñado por algún enemigo astuto del kirchnerismo.
Tan simple como entender que si los productores no ganan haciendo carne ni leche, aún a costa de elecciones personales y tradiciones familiares, terminarán pasándose a la soja.
Cuando la carne y la leche empezaron a subir –sencillamente porque el mundo demanda más de ambos alimentos y reconoce la calidad de los productos argentinos-, el Gobierno intervino y manipuló ambos mercados. ¿Y qué logró? Agudizar el problema: Ahora hay menos carne y leche; y la Argentina se perdió una oportunidad histórica de conquistar nuevos países para sus productos.
Productores de Santa Fe aún recuerdan con frustración la visita que recibieron el año pasado de empresarios de Nueva Zelanda. Esa isla es una potencia láctea mundial y vinieron a analizar en el terreno el futuro de la cuenca lechera más grande de Latinoamérica, que intuían podía plantearles una dura competencia a nivel global. ¿La conclusión? Partieron convencidos que las regulaciones del gobierno iban a destruir el sector y les ahorrarían el trabajo de una competencia, que se avizoraba muy dura.
Estalló el modelo
Desde el refugio de El Calafate, los Kirchner en comunicación con su asesor privilegiado Alberto Fernández, luego de notables zigzagueos ofrecieron a través de La Nación la mejor propuesta negociadora que se les ocurre en caso de conflicto: Subsidios. Ni siquiera fue considerada por los productores.
Aquí lo que empieza a estar en entredicho y a plena luz del sol es la globalidad de un modelo de los más centralistas que recuerde la Argentina. Los subsidios son la cara buena del dispositivo de dominación que instauró el kirchnerismo a través de la mayor concentración fiscal –a costas de las provincias- que haya gozado una Presidencia.
Las retenciones no se coparticipan, todo va a la caja del tesoro nacional. Así sentado sobre esa fortuna ajena, que encima promocionan cada mes anunciando récord de recaudación, el kirchnerismo se divierte domesticando liderazgos políticos, sindicales y empresariales, a cambio de la promesa de invitarlos al banquete.
Concentración fiscal y política, son las dos caras de un proyecto que nunca tuvo la capacidad de construir desde el consenso y la dignidad propia y del otro. Un proyecto que sólo entiende de jefes y empleados, de propios y enemigos. Un maquiavelismo retrógrado que se pierde las sutilezas políticas de las democracias más avanzadas, y embrutece a sus propios dirigentes, rebajados al rol de loros del libreto oficial.
Con este paro el campo le está diciendo no a las cadenas del subsidio, no a la concentración fiscal, no a la acumulación de poder, no a demolición del ideal de un país federal y articulado horizontalmente. Y ese decálogo contiene mucho más que el reclamo de un sector y por eso conmueve, porque se vislumbra allí algo más profundo que unos productores enojados por un impuesto.
El modelo de una economía subsidiada y precios “administrados” ya no funciona. Tan simple como eso. Y el síntoma de este fracaso es la inflación. Se expropia la rentabilidad de los sectores más competitivos para evitar una disparada de los precios y el resultado es: destrucción de riqueza y más inflación.
Ya no se pueden subsidiar todas las tarifas, todos los productos, todas las actividades. No hay plata que alcance y entonces se vuelve al campo, que esta vez dijo basta.
No saben que hacer
En este medio ya se anticipó que el eje real que domina la acción oficial es el desconcierto. Primero intentaron ignorar la protesta “hasta que se les pase”. Como no se les pasó, lo mandaron a Martín Lousteau a ratificar las medidas; como esto agigantó los reclamos, amenazaron con cerrar las exportaciones de carne; pero como esto tampoco funcionó filtraron a La Nación un inconsistente “plan” de subsidios a productores chicos. Finalmente, como la propuesta no sedujo a los rebeldes, lo mandaron a patotear a Hugo Moyano y sus hijos. Y para terminar, reprimieron con la Gendarmería.
Si se mira, la secuencia tiene su lógica, cuando el poder se queda sin argumentos se desenmascara, y hasta el más simple penalista sabe que la razón última que sostiene el poder es la violencia. Pero se trata esta de una verdad que el kirchnerismo en sus largos cinco años de ejercicio del poder intentó disimular.
Por eso, la represión que las tropas de Aníbal Fernández descargaron sobre los manifestantes del puente subfluvial que une Paraná con Santa Fe, lastima severamente al discurso oficial. ¿Cómo es posible que se toleren cortes de pasos internacionales, que camioneros y piqueteros –aún los de más nimia representación- traumaticen sistemáticamente rutas, peajes, avenidas, pero que no se acepte una verdadera expresión de protesta como la que encarnan los productores?
Si en el gobierno existiera algún funcionario que releyera la historia, entenderían que lo que les sucede no es novedoso. Varias de las revoluciones más radicales se dispararon cuando la gente entendió que el poder les estaba quitando demasiado, cuando la carga de los impuestos se volvió inaguantable. Ahí está la película sobre María Antonieta de Sofía Coppola, por si quieren repasar un caso sin tener que molestarse en la lectura, y de paso deleitarse con el costosísimo vestuario de la nobleza de la época. Cualquier comparación con la actualidad es exclusiva responsabilidad de los lectores.
Cómo destruir un sector
Primero destruyeron el sector de la carne, después el lácteo y no conformes con ello ahora van por la soja, el único rubro del campo al que le quedaba rentabilidad. Es tan torpe la política oficial en esta área que parece un plan perfecto diseñado por algún enemigo astuto del kirchnerismo.
Tan simple como entender que si los productores no ganan haciendo carne ni leche, aún a costa de elecciones personales y tradiciones familiares, terminarán pasándose a la soja.
Cuando la carne y la leche empezaron a subir –sencillamente porque el mundo demanda más de ambos alimentos y reconoce la calidad de los productos argentinos-, el Gobierno intervino y manipuló ambos mercados. ¿Y qué logró? Agudizar el problema: Ahora hay menos carne y leche; y la Argentina se perdió una oportunidad histórica de conquistar nuevos países para sus productos.
Productores de Santa Fe aún recuerdan con frustración la visita que recibieron el año pasado de empresarios de Nueva Zelanda. Esa isla es una potencia láctea mundial y vinieron a analizar en el terreno el futuro de la cuenca lechera más grande de Latinoamérica, que intuían podía plantearles una dura competencia a nivel global. ¿La conclusión? Partieron convencidos que las regulaciones del gobierno iban a destruir el sector y les ahorrarían el trabajo de una competencia, que se avizoraba muy dura.
Estalló el modelo
Desde el refugio de El Calafate, los Kirchner en comunicación con su asesor privilegiado Alberto Fernández, luego de notables zigzagueos ofrecieron a través de La Nación la mejor propuesta negociadora que se les ocurre en caso de conflicto: Subsidios. Ni siquiera fue considerada por los productores.
Aquí lo que empieza a estar en entredicho y a plena luz del sol es la globalidad de un modelo de los más centralistas que recuerde la Argentina. Los subsidios son la cara buena del dispositivo de dominación que instauró el kirchnerismo a través de la mayor concentración fiscal –a costas de las provincias- que haya gozado una Presidencia.
Las retenciones no se coparticipan, todo va a la caja del tesoro nacional. Así sentado sobre esa fortuna ajena, que encima promocionan cada mes anunciando récord de recaudación, el kirchnerismo se divierte domesticando liderazgos políticos, sindicales y empresariales, a cambio de la promesa de invitarlos al banquete.
Concentración fiscal y política, son las dos caras de un proyecto que nunca tuvo la capacidad de construir desde el consenso y la dignidad propia y del otro. Un proyecto que sólo entiende de jefes y empleados, de propios y enemigos. Un maquiavelismo retrógrado que se pierde las sutilezas políticas de las democracias más avanzadas, y embrutece a sus propios dirigentes, rebajados al rol de loros del libreto oficial.
Con este paro el campo le está diciendo no a las cadenas del subsidio, no a la concentración fiscal, no a la acumulación de poder, no a demolición del ideal de un país federal y articulado horizontalmente. Y ese decálogo contiene mucho más que el reclamo de un sector y por eso conmueve, porque se vislumbra allí algo más profundo que unos productores enojados por un impuesto.
El modelo de una economía subsidiada y precios “administrados” ya no funciona. Tan simple como eso. Y el síntoma de este fracaso es la inflación. Se expropia la rentabilidad de los sectores más competitivos para evitar una disparada de los precios y el resultado es: destrucción de riqueza y más inflación.
Ya no se pueden subsidiar todas las tarifas, todos los productos, todas las actividades. No hay plata que alcance y entonces se vuelve al campo, que esta vez dijo basta.
2 comentarios:
No aflojen, esto es un robo, el gobierno esta muy confundido.
Apollo incondicionalmnte las medidas del sector agrario.
Muchachos que esperan para unirse??? ARRIBA!
Mira la boleta de la luz y fijate cuanto gastas y cuanto hay en impuesto??
idem servicios municipales, servicios telefonicos y la lista es larguisima.
El estado la provincia y el municipio cobra y recobra de todos lados!!
Cuanta plata creen que les alcanzara para tapar toda la joda que hacen.
Los hospìtales estan hechos pedazos, las rutas llenas de peajes, lo que se hace (sobrevaluado) sale fortunas extras de lo que se comen, cuanta plata creen que juntaran una vez que logren sacarles a la gente del campo??
Realmente porque no se sacan el 44% de las dietas politicas??, sacaron numeros lo que nos ahorramos en un año??
Hay tantas cosas que se podrian hacer pero siempre se la sacan a la gente que labura y no me refiero a los que tienen mas de 500 hectareas de campo...
Salute y fuerza!!!
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